— V —
Tiende al arco iris más ortivo sobre altísimas nubes de rubio amanecer.
El título de esta serie es un fusil. Lo tomé del libro del notable pensador y revolucionario francés contemporáneo Guy Debord: La societé du spectacle.
Debord es uno de los padres de una de las corrientes más originales y creativas de la ultraizquierda de la posguerra: el situacionismo. En 1957 fundó, junto con otros, la Internacional Situacionista, que tuvo una influencia política e ideológica notable en la acción contestataria de Francia, Alemania, Inglaterra e Italia y se convirtió en una de las corrientes más radicales del pensamiento revolucionario de los años sesenta y en especial durante los movimientos de 1968. La societé du spectacle apareció precisamente en 1967.
Debord publicó después varias obras, hasta la última, en 1990, titulada In girum imus nocte et consumimur igni, notable y enigmático palíndromo en latín, y que constituye la culminación de su línea de pensamiento. Y cuando digo “última” en la frase anterior quiero decir “última”: al menos esa es la intención de Debord, quien declaró que no volvería a publicar, consecuente hasta las últimas consecuencias (única manera de ser consecuente) con su denuncia de ese “espectáculo” en que se ha convertido el quehacer humano de la sociedad industrial y del que el texto impreso no puede sino ser uno de sus elementos.
Cuando llegué a París en enero de 1969, la resaca del mayo francés aún estaba del todo presente. En el galimatías de partidos, corrientes, grupos y grupúsculos (la gigante manifestación estudiantil de los campos Elíseos del 13 de mayo, creo, con cientos de miles o millones —no sé, todos— de manifestantes, fue encabezada por una pancarta que decía “Somos un grupúsculo”) que activaban, se creaban, se escindían, se disolvían, se unían, se enfrentaban y se interferían sin dejar de activar, dos me sorprendieron de manera especial, tanto por la fuerza y originalidad de su discurso como debido al hecho de ser prácticamente desconocidos en México y por lo tanto para mí: los anarquistas y los situacionistas.
Los anarquistas, según yo, no tenían ya otra existencia sino la que les acordaran los libros de historia del movimiento obrero. Se trataba de viejos ucranianos, catalanes o italianos que vivían de sus recuerdos. Así, fue una gran sorpresa encontrarme con un anarquismo vivo, vivísimo: miles de jóvenes de 17 o 18 años, con pañuelos negros al cuello, sosteniendo con vehemencia y competencia las más audaces tesis de Bakunin y Gori.
Pero si del anarquismo sabía poca cosa, del situacionismo no conocía absolutamente nada. Como acabo de decir, por desgracia estaba del todo ausente del panorama de la izquierda en México, rico, por otro lado, en formas y matices. Esto no es sorprendente, pues el situacionismo responde, de manera muy específica, a la problemática de la sociedad industrial (también el marxismo, pero esa es otra historia).
Bien podemos considerar al situacionismo como un retoño del marxismo, pero mientras este se plantea resolver las contradicciones del capitalismo yendo más allá, superándolas (el socialismo, para Marx, es una continuación del capitalismo), el situacionismo ya viene de regreso.
Dice Debord, en La societé du spectacle: “Toda la vida de las sociedades en las que reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido de manera directa se aleja y se convierte en una representación”. El espectáculo para Debord rebasa los marcos del entretenimiento y contamina prácticamente todos los aspectos de la actividad social: todo es información, propaganda o publicidad. Este espectáculo generalizado, no es un fenómeno de la sociedad, sino la sociedad misma. En un mundo en que las imágenes van desplazando a la realidad, la manipulación, la mediatización y la alienación —en un sentido menos “económico” que en Marx— se convierten en las palancas de la dinámica social.
En este reino de las imágenes, la ficción, el juego de estas imágenes, no puede ya distinguirse de lo verdadero. El espectáculo —dice Debord— no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre personas, relación mediatizada por imágenes”.
En buena medida los situacionistas se reclaman herederos del socialismo utópico. Fue precisamente un socialista utópico, Ludwig Feuerbach, quien dijo en el prefacio de su Esencia del cristianismo: “Y sin duda nuestro tiempo prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… Lo que es sagrado para él, no es sino la ilusión, mientras que lo profano es la verdad. Mejor dicho, lo sagrado se agranda ante sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, tanto es así que el colmo de la ilusión es para él el colmo de lo sagrado”.
Para los situacionistas el concepto del espectáculo explica una gran diversidad de fenómenos aparentes. A través de él la sociedad industrial (y más aún la posindustrial) no es sino un juego de apariencias. “El espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda la vida humana, es decir social, como simple apariencia”.
Las leyes del espectáculo someten la actividad humana de la misma forma en que la sometieron las de la economía. Para Debord, “la primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social había conducido a una evidente degradación del ser en tener. La fase presente nos lleva a un deslizamiento del tener en parecer”.
Hace un par de años apareció en algún periódico un anuncio que rezaba más o menos así: “compre status. Adquiera su antena parabólica aparente”. Al ver estos días esos falsos teléfonos celulares que venden en los semáforos, me pregunto inquieto si no se trata de una conspiración de agitadores situacionistas infiltrados en nuestra moderna y feliz comunidad.