Giordano

A lo mejor no. A lo mejor la Tierra no giraba alrededor del Sol, pero Giordano estaba convencido que era así, y no dio su brazo a torcer. Lo importante, vino a decir, no es si la Tierra gira alrededor del Sol o no, lo importante es que yo estoy convencido, hasta la médula de los huesos, de que la Tierra gira alrededor del Sol.

En otras palabras, la cuestión no es astronómica, es ontológica. No se refiere a los pinches planetas, sino a mi pinche condición de ser pensante, se refiere a mis convicciones, a las médulas de mis huesos.

Esa pasión por su médula, a Giordano le costó la vida. Supongo que él hubiera preferido morir de otra manera, en la cama, arropado por sus seres queridos, por aquellos que le aseguraban que no se trataba sino de un tránsito, que al ratito se volverían a encontrar en aquel sitio donde los buenos se la pasan de poca madre eternamente (nunca he sabido qué le pasa al que peca en el paraíso, si lo corren para siempre, si lo condenan a la hoguera, o si simplemente es castigado al apando unos pocos miles de años).

En todo caso, al contrario de su coetáneo que sí se arrugó: Galileo Galilei, nuestro Bruno no. Dije lo que dije. Dije que lo dije. Y lo que dije está dicho. Creí y pensé lo que creo y pienso, y no hay vuelta atrás. El problema es de ustedes, no mío.

Giordano murió en la hoguera. No sé si en las llamas de la leña verde o en las de la leña seca. Acostumbra a considerarse que la leña verde es mucho más cruel, pero quienes así piensan están trágicamente equivocados. La leña verde es un alivio, un atenuante. Hace más humo que llama y por lo tanto la muerte llega no por abrasamiento de las carnes sino por asfixia, lo cual, así desde lejos, parece un poco más soportable.

En fin, Giordano decidió sacrificar su cuerpo y no su verdad, la que él consideraba su verdad. Pasó un mal rato, digamos un mal rato de una media hora, pero su nombre hoy, reluce, deslumbra y enciende las conciencias de los seres pensantes del mundo desde hace quinientos años.

¿Qué decía Giordano? Nada que otros, tan ilustres, o más que él, no hubieran dicho antes. Algo que hoy parece tan banal que ni siquiera se insiste en los salones del kínder ni en los de la guardería. Lo que sucedía, obvio, es que esa imagen cosmológica comporta concepciones cosmogónicas, y ahí está el pedo. Si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza ¿cómo es posible que no ocupe el centro del universo?

El juicio, condena y ejecución de Giordano a algunos puede no parecerles un linchamiento. En principio, el linchamiento es una ejecución “extralegal”, pero considerarlo así sería un grave error. A menudo, muy a menudo, la “justicia”, el aparato legal, no hace más que someterse al reclamo de la turba. Los que alzaron su voz, sus bastones y guadañas, sabían poco de astronomía, pero eso no interesaba demasiado. Tampoco interesaba lo que hubiera dicho, era una bestezuela a la parrilla y eso bastaba. El olor a carne asada es irresistible.

Giordano fue quemado vivo en la Plaza de las Flores en Roma el 17 de febrero de 1600, a las cinco de la tarde. Antes le habían cortado la lengua. Días antes le habían extirpado el extremo inferior del esternón para que no pudiera apenas respirar ni comer. No existen —y mejor que no existan— los documentos que den fe de los últimos días de Giordano Bruno. Alguna cosa nos sugieren la gran cinta de Giuliano Montaldo y el bellísimo y atroz relato de Umberto Eco, El nombre de la rosa. Afirmar que la tierra no era el centro del universo, tal como supuestamente lo preconizaba el librito sagrado, era inaceptable. Plantear tal exabrupto adquiría dimensiones obscenas.

La cuestión es si cuatro siglos después, la barbarie de lo sagrado sigue imperando. Si las hogueras siguen ardiendo, algunas reales, otras simbólicas, pero igualmente destructivas. Destructivas de cuerpos y almas. Y, sobre todo, destructivas de la palabra. Lo prohibido, lo herético.

Hay algo que algunos no hemos entendido. Al igual que para Bruno, la verdad es sagrada y sagrada significa indiscutible. Verdad se escribe siempre con mayúscula. No hay verdades, hay una sola Verdad.

Quienes no lo entiendan, como nuestro Giordano, pagarán las consecuencias. Su carne se rostizará, pero su palabra, imbatible, sobrevivirá a los motines de los mostrencos, atravesará las algaradas de los estúpidos, y finalmente brillará por encima del estercolero de los necios.

* Artículo escrito el 10 de abril de 2017 tres días después de que su programa “Sentido contrario”, que se transmitía por Radio UNAM desde hacía 16 años, fuera cancelado. Se publicó en el periódico Milenio el 8 de agosto de 2017, tres días después de su muerte.