Otras automáticas

Se trata de un fenómeno mundial y muy antiguo. En cada país y en cada época cobra formas distintas y específicas, pero se trata, en última instancia, del mismo mecanismo. Los distintos grupos de poder (con minúscula) que se encajan, sobreponen o enfrentan para conformar el Poder (con mayúscula), en una compleja dinámica, acostumbran poseer un conjunto de asociaciones sociales que les son dependientes e incondicionales.

Estas asociaciones pueden ser muy grandes, ostentar un nombre público o, al contrario, pueden ser más bien pequeñas, anónimas y más bien discretas o de plano secretas. Estas últimas actúan de manera velada. Unas y otras están al servicio del grupo de poder que las patrocina y sostiene. A partir de ahora también las llamaré “grupos”, pero esta vez grupos de presión. Así pues, el grupo de presión está supeditado a los intereses del grupo de poder.

Estos últimos también pueden ser públicos o privados. A veces son auténticos trusts o partidos políticos enteros. En otras constituyen únicamente una fracción o incluso se generan en torno a un solo hombre, político o militar, empresario o financiero.

Los primeros, los de presión, actúan en los más diversos ámbitos sociales: gubernamentales o legislativos, judiciales o policiacos; sindicales, periodísticos, militares, económicos, estudiantiles, en organizaciones, frentes o uniones de todo tipo. Unos poseen más autonomía que otros, pero todos operan bajo las consignas del grupo de poder al que están supeditados.

La supeditación se ejerce a través de ciertas prebendas y privilegios que el grupo de poder otorga al de presión; ya sea en la simple forma de dinero contante y sonante o bajo procedimientos diversos y de magnitud variable: hacerse de la vista gorda frente a prácticas ilícitas, ofrecimiento de cargos públicos o de dirección, otorgamiento de permisos para explotar determinada actividad, ocupar terrenos, construir inmuebles, dotar de armas, obsequiar viajes, ofrecer entradas para los partidos de futbol. Qué sé yo.

El mecanismo tradicional por el que actúan los grupos de presión es el chantaje. Chantaje contra los grupos de poder adversarios, por supuesto. “Si no cedes aquí, o no concedes tal cosa, te armo un desmadrito del que a ver cómo te libras”. O más sibilino: "Primero armo el borlote y después te ofrezco resolverlo a cambio de que te rindas y salgas lo mejor librado posible".

En otras ocasiones, sin embargo, el propósito no es el chantaje, sino la intención clara y directa de defenestrar y derribar la opción opuesta. Cuántos gobiernos no han sido derrocados gracias a la acción premeditada de grupos de presión. No cuesta nada propiciar el “malestar social” y presentar un tumulto o asonada como “revolución”. Usted búsquelos y encuéntrelos, culto e informado lector. No tengo espacio para ponerme a mencionarlos yo. Ni quiero meterme en camisa de 11 varas.

Un ejemplo, no obstante y ya pensándolo bien, sí le tengo que dar. En primer lugar porque es harto ilustrativo y en segundo porque sólo lo conozco yo y le sería asaz difícil dar con él. No voy a mencionar nombres ni de personas ni de organizaciones, pues correría yo el riesgo de pasar por integrante de un grupo de presión.

Hace algunos años, un grupo de amigos, miembros de la dirección de una “organización popular” no poco conocida, se dirigieron a mí, para solicitarme que los asesorara en la conformación de una cooperativa. Déjeme asentar que mi amistad con ellos no tiene nada que ver con su participación en la mentanda —no mentada— organización. Nos reunimos una buena y agradable noche en mi casa.

“Tú sabes de eso”, me dijeron. “Hombre, tanto como saber, saber…algo sé de cooperativas, en efecto —les respondí, entre halagado y divertido—, pero nunca he participado ni mucho menos he formado una”. De todos modos, insistieron. Su intención era la de montar una gran cooperativa agrícola nacional, que distribuyera los productos de los campesinos independientes, para liberarse de la pesada y abusiva carga que constituían los organismos oficiales.

“No son habas —les dije de entrada—, se necesita un montón de lana para adquirir o al menos alquilar silos, bodegas, transportes; un aparato administrativo considerable”. “Ese no es problema —me contestaron al bote pronto— lo conseguimos”. En pleno azoro les pregunté cómo. “Pues como siempre. De las organizaciones gubernamentales, de los gobiernos locales, estatales y municipales”. “¿Y se los van a dar? —inquirí, sin salir de mi asombro— ¿Por qué lo harían?” “Pues como siempre, a base de mítines, plantones y bloqueos, acaban siempre doblando las manitas”.

Al servicio de quién sabe quién estaban. Los grupos de presión, luego son como condotieri. Ahora con este, ahora con aquel. Soldados de fortuna.

Aunque usted no se haya dado cuenta, embaucado lector, estoy hablando del 68. En particular del hecho de que al mero principio del movimiento, los últimos días de julio, en los campi empezaron a aparecer armas. Sobre todo en el Politécnico. Armas largas. A través de la FNET ciertos politicastros de nivel medio entregaron a grupos de lumpen-estudiantes cajas enteras de rifles de repetición.

La FNET (Federación Nacional de Estudiantes Técnicos) era un grupo de presión, paralelo, guardando todas las distancias —como hacen las líneas paralelas— con la FUSA (Federación Universitaria de Sociedades de Alumnos) de la UNAM. Ahí los llamábamos porros. Pues tenían su origen en los grupos de animadores, porras, de los equipos de futbol americano al servicio de algunas autoridades universitarias, pero también de otros funcionarios de mayor nivel.

Los porros eran —¿son?— golpeadores, rompehuelgas, y en más de una ocasión, asesinos de activistas estudiantiles. Una de las cosas que más me sorprendió, en los días —las horas— de eclosión del movimiento, fue la ausencia absoluta de resistencia por parte de los porros. La ausencia de los porros. Algo raro pasa aquí, pensó aquel escuincle de 23 años. Hoy, el viejo de 64, sigue pensando lo mismo.

Todo ello podría ayudar a explicar “los nervios” del gobierno frente al movimiento y la represión desmedida e incontrolada de la que fue objeto. Del 2 de octubre, en particular, existen testigos respetables y creíbles que afirman que, sobre la tribuna del Chihuahua, sí llovió fuego real. Entre ellos, lo afirman Luis González de Alba, Eduardo Valle y Pablo Gómez. Su error es, sin duda, el pensar, de manera automática, que el único que disparaba ahí era el ejército. Cuando había, en los techos de los edificios que rodean la plaza, otras automáticas.