La América blanca

— XXVII —

La cosa es muy simple: las viejas naciones americanas fueron prácticamente destruidas por el cataclismo que representó la invasión europea y las sucesivas colonizaciones de inmigrantes fueron suficientemente desarticuladas como para que se constituyeran casi de inmediato en nación. De hecho estoy convencido de que, por una causa u otra, hoy en América no podemos hablar de naciones en sentido estricto. Por un lado ya no podemos hablar, y por otro todavía no podemos hablar.

Las naciones europeas se han ido conformando a base de las migraciones y los asentamientos. Aquí, a diferencia de Europa, prácticamente no ha habido grandes migraciones de una región a otra, al menos en estos últimos cinco siglos (tal vez la primera migración de importancia la están protagonizando los mexicanos, puertorriqueños y otros hispanos a Estados Unidos). Las dos migraciones realmente considerables —por razones distintas, es un eufemismo abusivo llamarlas migraciones— fueron la ya mencionada llegada de los europeos y la posterior de los africanos. Ambas marcan las etapas de la reconformación nacional de América.

Ya dije en artículos anteriores que existían tres Méxicos y en su presentación y discusión quiero desembocar ahora pero deseo hablar de tres Américas. La europea, la africana y la americana. Si usted prefiere la escala cromática, hablaré de la blanca, la negra y la cobriza.

La discusión, en cada una de las tres esferas, de quién, qué colectivo, constituye una verdadera nación, es un verdadero laberinto. En todo caso, sí parece más claro que ninguno de los actuales Estados constituye una nación. El viejo sueño del Estado-nación, materializado en tan pocos casos en el viejo continente, aquí no ha dejado aún el dominio onírico (si alguien todavía sueña en esas cosas). Sin embargo, déjeme utilizar la trama estatal para organizar mínimamente el planteamiento.

La América blanca o criolla, en fin, está representada por una media docena de Estados, la mayoría en uno u otro extremo del continente: Canadá, Estados Unidos, Argentina, Uruguay, la insólita Costa Rica y tal vez alguno más que ahora se me escapa. Canadá, dividida entre las llamadas comunidades anglófona y francófona no puede ser, de ninguna manera, considerada una nación. De hecho al referirse a la distinción entre unos canadienses y otros por medio de la lengua que hablan, no es sino una reducción, a menudo tramposa, del problema. No es que hablen distinto, es que son distintos. Si se dijera que unos son de cultura sajona y, otros francesa, nos acercaríamos más a la realidad (ya dije alguna vez aquí mismo que no es que un indígena hable otomí, es que es otomí). Vale la pena mencionar que los quebequenses (más vale que nos vayamos acostumbrando al gentilicio), si no constituyen una nación, están muy cerca de serlo. Es un hecho ya establecido que la opresión, cuando no aniquila los rasgos nacionales, los acentúa. Así, paradójicamente, resulta que la sumisión de unos pueblos por otros sería una de las causas de conformación de las naciones.

Estados Unidos es quizá el más sorprendente de los ejemplos de génesis nacional. Bien podemos decir que, a pesar de ser un país de aluvión, convergencia de las más distantes y distintas naciones, desde los irlandeses hasta los chinos, constituye uno de los Estados más cercanos a la idea de nación. Incluso en estos últimos veinte años, en uno de los fenómenos históricos que más me han desconcertado, la población negra ha sido en buena medida incorporada a un proyecto nacional gringo. Para no ir más lejos, yo me atrevería a decir que los Estados Unidos constituyen una nación si no fuera por la presencia, masiva en los últimos lustros, de la población chicana (hispano o angloparlante) y procedente de otros países latinos.

Si no fuera por ellos, los gringos (tengo que repetir que uso ese gentilicio no con ánimo peyorativo, sino a falta de otro adecuado) constituirían una nación, No es necesario que diga hasta qué punto se ha conformado ese “estilo” que constituye una nación, Es lo que ellos mismos designan como el american way of life. En su caso es sin duda el apogeo económico lo que les permitió ese increíble poder asimilado y el surgimiento de una personalidad nacional —para bien o para mal— bien definida. No es necesario recordar, sin embargo, que esa personalidad está basada, entre otras cosas, en el exterminio casi total de los pueblos americanos.

En el extremo meridional, las cosas —toute distance gardée— son parecidas. También Argentina es un Estado que todo parece indicar que está dando a luz una nación. Aunque de manera menos clara y menos heterogénea que los gringos, los argentinos han ido construyendo un estilo nacional, una cultura nacional propia. También ahí su relativa homogeneidad se debe al aniquilamiento de los antiguos habitantes y sus culturas. A diferencia de los Estados Unidos, sin embargo, no es el espíritu cosmopolita el eje
de la definición nacional, sino la convivencia de las corrientes migratorias
italiana y española de finales del siglo XIX e inicios del XX. Argentina, por
otro lado, está llegando a la condición de Estado-nación a partir de la de Estado-ciudad. En efecto, es en torno de y a cuenta de Buenos Aires que se integra la idiosincrasia argentina. Esa idiosincrasia, que entre otros numerosos e indiscutibles aportes a la cultura universal, tiene el de haber ocasionado una interminable serie de chistes (que aquí entre nos no hacen sino poner en evidencia, caricaturizándola, la condición nacional de lo argentino).

El caso de Uruguay es más difuso y, arriesgándome a provocar más de una ira, aquí desde lejos y desde la ignorancia, yo diría que no poseen rasgos nacionales distintivos de los argentinos.

Déjeme terminar esta revista a la América blanca con el insólito caso
de Costa Rica. Este Estado, en el centro de América, de manera inexplicable, carece prácticamente de población indígena y de población negra, y aparte de su condición de oasis político tantos años y en tan difíciles condiciones sostenida, posee atributos nacionales ciertos que, si los avatares regionales lo permiten, la llevarán, más temprano que tarde, a constituirse en nación.

La semana entrante hablaré de las otras dos Américas. Quiero sólo recordar que utilicé aquí los Estados como hilo conductor y mencioné sólo aquellos característicos. La América blanca está en muchos otros países americanos, desde Cuba a Brasil. Estoy convencido de que, si alguna crisis de identidad americana existe, esa es, en primer lugar, la de la América blanca.