— XXVI —
Hablar de la problemática nacional en América es un asunto peliagudo. Hasta ahora lo había evitado prudente y escrupulosamente. La nación es un concepto esencialmente europeo y su traslado a las longitudes americanas, a través del Atlántico, está lleno de escollos que no es evidente que se puedan salvar sin desnaturalizarlo e inutilizarlo.
La nación —ya lo he dicho y muy probablemente lo volveré a decir— es un hecho cultural. Es un conjunto de individuos con rasgos culturales comunes: una lengua, unos hábitos alimenticios, vestimentarios, unas tradiciones —laicas y religiosas—. Es un conjunto de mitos, un código de convivencia, una idiosincrasia. Parafraseando a Buffon, me atrevería a decir que la nación es un estilo. Y, por encima de todo eso, es una cierta conciencia colectiva, una dinámica “Gestalt”, que le hace tener un comportamiento independientemente de los conflictos internos, más o menos coherente y consistente. Un proyecto. Casi siempre es un territorio (a excepción de los judíos, los gitanos, y tal vez alguno más). A veces, una religión.
El Estado, en cambio, es un hecho político, producto de la hegemonía militar, económica y jurídica de un grupo, tal vez de una nación.
Aunque la nación es un fenómeno cultural, su origen y su destino son políticos. Quiero decir que la nación nace precisamente de alguna forma de estructura estatal o preestatal, de la organización de la hegemonía, del poder. Y que teleológicamente, la nación también pretende estructurarse, plasmarse en forma de Estado. Aquellas que lo poseen lo fortalecen y las que no, lo persiguen. Una nación sin Estado es como una puerta sin batiente.
El Estado, por su parte, si corresponde a una nación, establecerá su razón de ser sobre los rasgos y los “propósitos” nacionales y, si no lo es, pondrá en juego todos los recursos a su alcance para convertirse en una, para imponer una cierta homogeneidad, ese “estilo” común del que hablaba más arriba.
Son muchos los Estados plurinacionales, es decir, que abarcan a varias naciones o a partes de estas. De hecho muchos, por no decir la mayor parte, de los Estados europeos, lo son: el Reino Unido, Francia, Bélgica, España, Suiza, Rumania, Checoslovaquia. Para ya no hablar de la confusa CEI o la desagregada Yugoslavia.
En cada uno de ellos, o al menos en la mayoría, es fácil distinguir cuál es la nación hegemónica, aquella que utiliza al Estado para desnaturalizar e incorporar a las demás o, viéndolo desde la otra perspectiva, aquella sobre la que se apoya el Estado para generar sus paradigmas de uniformidad y control. Le propongo, lector, un pequeño juego de trivia: vaya intentando determinar, en la lista de Estados plurinacionales que di dos párrafos antes, cuáles son las naciones hegemónicas en cada uno de ellos; si quiere continuar el juego, complete la lista con otros que no mencioné. De momento, aguas, le aconsejo sin embargo que no se salga de Europa; se metería usted en un verdadero berenjenal.
Si me siguió la corriente ya se habrá dado cuenta que es bastante fácil, en algunos casos, identificar al dueño de la tienda: Inglaterra en Gran Bretaña, Castilla en España, Serbia en la extinta Yugoslavia o Rusia en la CEI, ex URSS. En otros la cosa ya no es tan sencilla, ya sea porque las naciones sometidas por la hegemónica son poco conocidas, como los bretones, alsacianos, occitanos, corsos, vascos o catalanes sometidos al Estado francés, o porque lo que es poco conocido en nuestra órbita cultural es el Estado mismo. Si usted es de los que supo que la nación hegemónica en Bélgica, pese a la importancia indiscutible de los flamencos, son los valones, o que en Checoslovaquia es bohemia la que trae corta a Eslovaquia, considérese una persona singularmente bien informada. Donde la cosa ya se complica notablemente es con la llamada Confederación Helvética, o simplemente Suiza. Ahí es ciertamente difícil hablar de una nación que oprima a las otras. Ahí sí, por una extraña broma de la historia (y sospecho que de la geografía) parecen convivir sin demasiados problemas los suizos-alemanes con los suizos-franceses y con los suizos-italianos (y aun con los retorromanos, minúscula nación enclavada en los más intrincados vericuetos de los Alpes y que se niega a ser absorbida). Como creo ya haber dicho alguna vez, el secreto de esa convivencia sui generis deberemos buscarlo en el hecho de que no se trata de naciones en sí, sino de partes de naciones que poseen, cada una, poderosos Estados: Alemania, Francia e Italia. De esta manera Suiza es como un mástil sostenido por tres cables tirantes. Son los Alpes los responsables, probablemente, de que las tres potencias circundantes “jalen” en lugar de “empujar”, con el terrible colapso que eso significaría.
La anterior no es sino una fugaz vista “de tronera” sobre el complejísimo panorama nacional europeo. Y tenga usted en cuenta, lector, que las actuales naciones europeas cuentan con prácticamente un milenio de existencia y están en general bien decantadas y delimitadas. Cuáles no serán entonces los problemas a los que se deberá enfrentar cualquier aproximación a lo nacional en América.
Podemos, para empezar a poner el problema, dividir las naciones existentes —si presuponemos que existen, lo cual concederá usted que no es obvio— en tres categorías: aquellas que proceden de las antiguas civilizaciones prehispánicas y que, aun maltrechas, sobrevivieron al cataclismo; es el caso de los quechuas, los nahuas o los guaraníes (la oscilación entre el gentilicio y el nombre de la lengua sospecho que es de gran significación). Las naciones que surgen como trasplante de naciones europeas, como Brasil o Quebec. Y finalmente las naciones que va forjando la propia dinámica cultural y política americana colonial y poscolonial, sometida a toda clase de influencias y condicionamientos externos e internos. Ese es el caso de algunos de los Estados, o partes de ellos, surgidos en el siglo XIX (un poco antes y un poco después).
Si aún tiene usted paciencia para seguir con el juego de trivia que le propuse hace unos instantes, ¿podría usted considerar cuáles de los actuales estados americanos constituyen verdaderas naciones, en el sentido que definí antes? La semana que viene (no sé quién me manda) me meteré entre las once varas de esa camisa.