— XVIII —

Don Vicente y don Casimiro no paran en mientes. Sus respectivas cartas al Foro de Excelsior son, ya lo dije la semana pasada, un ejemplo espléndido de cierta mentalidad vigente hace 500 años y, por lo visto, vigente hoy. Don Vicente se pregunta con tono superior cómo podían ser tantos los aztecas si carecían de la rueda, de animales de carga, de instrumentos de hierro, de arados, de “todos los animales domésticos”, del trigo, de la caña de azúcar, del arroz e “incluso de la misma patata”. Don Casimiro va más lejos y como quien no quiere la cosa nos espeta que los aztecas eran un pueblo inculto y bárbaro que “en algunos aspectos vivían en el neolítico”.

Hay cosas difíciles de contestar, y no precisamente por razonables. En todo caso no les voy a contestar yo. Me dirían que soy catalán y con eso considerarían resuelto el asunto. Dejemos que les conteste un español, y no un español cualquiera. Hoy quiero ceder mi espacio —que nadie se escandalice— al mismísimo Hernán Cortés. Entresaco de su segunda Carta de Relación al emperador Carlos V:

Esta gran ciudad de Temixtitlán (Tenochtitlán) está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquiera parte que quisieren entrar a ella hay dos leguas… Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y algunas de estas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por donde atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas, juntas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de a caballo juntos a la par

Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuo mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo. Donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan, así de mantenimientos como de vituallas, joyas de oro y de plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles y de plumas. Véndese cal, piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillos, madera labrada y por labrar de diversas maneras. Hay calle de caza donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra, así como gallinas, perdices, codornices

“…Venden conejos, liebres, venados, y perros pequeños, que crían para comer, castrados. Hay calle de herbolarios, donde hay todas las raíces y hierbas medicinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se venden las medicinas hechas, así potables como ungüentos y emplastos. Hay casas como de barberos, donde lavan y rapan las cabezas. Hay casas donde dan de comer y beber por precio… Hay mucha leña, carbón, braseros de barro y esteras de muchas maneras para camas, y otras más delgadas para asiento en salas y cámaras. Hay todas las maneras de verduras que se hallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzo, berros… Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey, que es muy mejor que arropo, y de estas plantas hacen azúcar y vino, que asimismo venden. Hay a vender muchas maneras de hilados de algodón de todos colores, en sus madejicas que parece propiamente alcacería de Granada en las sedas, aunque esto otro en mucha más cantidad. Venden colores para pintores, cuantos se pudieran hallar en España, y de tan excelentes matices cuanto puedan ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él: teñidos, blancos y de diversos colores. Venden mucha loza en gran manera muy buena… infinitas maneras de vasijas, todas, o las más, vidriadas y pintadas

“…Venden pasteles de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos de gallina y de ánsares… Venden tortillas de huevo hechas. Finalmente, que en los dichos mercados se venden todas cuantas cosas se hallan en toda la tierra, que además de las que he dicho, son tantas y de tantas calidades, que por la prolijidad y porque no me vienen tantas a la memoria, y aun por no saber poner los nombres, no las expreso. Cada género de mercaduría se vende en su calle, sin que se entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo se vende por cuenta y medida

“…Hay en esta gran plaza una gran casa como de audiencia, donde están siempre sentadas diez o doce personas, que son jueces y libran todos los casos y cosas que en el dicho mercado acaecen, y mandan castigar a los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas que andan continuo entre la gente, mirando lo que se vende y las medidas con que miden lo que venden; y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa

“…Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ídolos de muy hermosos edificios, por las colaciones y barrios de ella, y en las principales de ella hay personas religiosas de su secta que residen continuamente en ellas, para los cuales, demás de las casas donde tienen los ídolos, hay buenos aposentos… Y entre estas mezquitas hay una que es la principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidades de ella, porque es tan grande que dentro del circuito de ella, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien hacer una villa de quinientos vecinos… Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas que la mayor tiene cincuenta escalones para subir al cuerpo de la torre; la más principal es más alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla. Son tan bien labradas, así de cantería como de madera que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte

“…En lo del servicio de Mutezuma y de las cosas de admiración que tenía por grandeza y estado, hay tanto que escribir que certifico a vuestra alteza que yo no sé por do comenzar, que pueda acabar de decir alguna parte de ellas; porque como ya he dicho, ¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como este tuviese contrahechas de oro y plata y piedras y plumas, todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío, tan al natural lo de oro y plata, que no hay platero en el mundo que mejor lo hiciese, y lo de las piedras que no baste juicio comprender con qué instrumentos se hiciese tan perfecto, y lo de pluma, que ni de cera ni en ningún bordado se podría hacer tan maravillosamente?…

“…Tenía dentro de la ciudad sus casas de aposentamiento, tales y tan maravillosas que me parecería casi imposible poder decir la bondad y grandeza de ellas, y por tanto no me pondré en expresar cosas de ellas más de que en España no hay su semejable.

“…Tenía una casa poco menos buena que esta, donde salía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él, y los mármoles y losas de ellos eran de jaspe muy bien obradas. Había en esta casa aposentamientos para se aposentar dos muy grandes príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez estanques de agua, donde tenía todos los linajes de aves de agua que en estas partes se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas; y para las aves que se crían en la mar, eran los estanques de agua salada, y para las de los ríos, lagunas de agua dulce… a las que comían pescado se lo daban; y a las que gusanos, gusanos, y a las que maíz, maíz; y a las que otras, semillas más menudas… Había para tener cargo de estas aves trescientos hombres, que de ninguna otra cosa entendían. Había otros hombres que solamente entendían en curar las aves que adolecían. Sobre cada alberca y estanque de estas aves había sus corredores y miradores muy gentilmente laborados, donde el dicho Mutezuma se venía a recrear y a las ver

“…La gente de esta ciudad es de más maneras y primor en su vestir y servicio que no la otra de estas otras provincias y ciudades, porque como allí estaba siempre este señor Mutezuma, y todos los señores sus vasallos ocurrían siempre a la ciudad, había en ella más manera y policía en todas las cosas. Y por no ser más prolijo en la relación de las cosas de esta gran ciudad, aunque no acabaría tan aína, no quiero decir más sino que en su servicio y trato de la gente de ella hay la manera casi de vivir que en España; y con tanto considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conocimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas la cosas…”

Creo que este es un buen punto para dejar a Cortés. No creo que sea necesario comentario alguno. Ya ve usted, don Vicente, cómo sufrían los aztecas por la falta de patatas. Sólo quiero llamar la atención sobre este último pasaje. Es todo un poema: “Es cosa admirable ver la razón que tiene en todas sus cosas esta gente tan bárbara”. Ya ve usted, don Casimiro, qué tan “bárbara” era esta gente. (Por cierto, don Casimiro, sobre el problema del agua y del drenaje que tanto le preocupa a usted, Cortés habla prolijamente. No lo transcribo porque ya me he alargado más de la cuenta. Me temo que es inútil recomendarle que lea usted las Cartas, y sin embargo lo hago. A lo mejor se asombrará usted de esta y de otras muchas cosas. Sin embargo, lo más probable es, ay, que considere usted al conquistador otro “mitómano”, como Las Casas). Ni usted ni el pobre Cortés entendieron nunca que los “bárbaros y apartados del conocimiento de Dios” eran precisamente él y los suyos.

En cuanto a usted, don Vicente, que pregunta irónico, “¿qué otras grandes ciudades había aparte de Tenochtitlán?”, déjeme transcribirle un párrafo más de Cortés:

“…La cual ciudad es tan grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que de ella podría decir deje, lo poco que diré creo que es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan buenos edificios y de muy mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó, y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescado de ríos y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta ciudad un mercado en que casi cotidianamente todos los días hay en él treinta mil ánimas arriba, vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la ciudad en partes. En este mercado hay todas cuantas cosas, así de mantenimiento como de vestido y calzado, que ellos tratan y pueden haber. Hay joyerías de oro y plata y piedras y de otras joyas de plumaje, tan bien concertado como puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de muchas maneras y muy buena y tal como la mejor de España. Venden mucha leña y carbón y hierbas de comer y medicinales. Hay casas donde lavan las cabezas como barberos y las rapan; hay baños. Finalmente, que entre ellos hay toda manera de buena orden y policía, y es gente de toda razón y concierto…”

¿Se parece a la descripción anterior, verdad don Vicente? Pero resulta que esta vez el conquistador no habla de Tenochtitlán sino de Tlaxcala. Ya ve usted. De hecho Cortés menciona en sus Cartas a casi medio centenar de ciudades.

En el “encuentro de dos mundos” ya vimos el mundo que encontraron los españoles. En las siguientes entregas hablaremos del que encontraron los mexicanos. Hasta el próximo sábado, don Vicente, don Casimiro.